El maestro le insistía a su discípulo, una y otra vez, sobre el sosiego.
– Deja que tú mente se remanse, se tranquilice, se sosiegue. Silencia el griterío de tus pensamientos. – Pero, ¿qué más? Preguntaba impaciente el discípulo. – De momento, sólo eso. Y cada día exhortaba al discípulo a que se sosegase, superando toda agitación, y encontrase un estado interno de quietud. Un día, el discípulo, harto de recibir siempre la misma instrucción, preguntó: – Pero, ¿por qué consideras tan importante el sosiego? – Acompáñame, le pidió el maestro. Lo condujo hasta un estanque y con un palo comenzó a agitar sus aguas. Entonces, preguntó: – ¿Puedes ver tú rostro en el agua? – ¿Cómo lo voy a lograr si el agua está agitada? Así no es posible -protestó el discípulo pensando que el maestro se burlaba de él. – De igual manera, mientras estés agitado no podrás ver el rostro de tu yo interior. (Fuente: “Cuentos espirituales del Himalaya” de Ramiro Calle.) Feliz martes¡¡¡
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Junio 2017
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