Renato casi no vio a la señora que estaba en el coche parado al costado de la carretera. Llovía fuerte y era de noche y se dio cuenta que ella necesitaba de ayuda. Así que detuvo su coche y se acercó. El coche de la señora olía a tinta, de tan nuevo. Era un coche precioso, impecable por dentro. Debía ser muy caro. La señora iba muy bien vestida, con mucho gusto. Ya era algo mayor, pero no había perdido la elegancia en su porte y su semblante, gracias también a la ropa de marca que llevaba y a las joyas que lucía en su cuello y en la cara…
Cuando la señora vio a Renato acercarse, pensó que pudiera ser un asaltante. Realmente no inspiraba confianza, parecía pobre y hambriento. Renato percibió que ella tenía miedo y le dijo:
Renato se agachó, colocó el gato mecánico y levantó el coche. Mientras apretaba las tuercas de la rueda, la señora, que lo observaba atentamente, fue perdiendo el miedo inicial. Abrió la ventana y comenzó a conversar con él. Le contó que no era del lugar, que sólo estaba de paso por allí y que no sabía cómo agradecerle su valiosa ayuda. Renato simplemente la miraba de vez en cuando, y la sonreía, mientras continuaba trabajando. Le llevó un rato cambiar la rueda, por la lluvia que le caía encima, y el barro que se formaba en el suelo. Cuando terminó, quedó un poco sucio y con una herida en una de las manos. Ella preguntó cuánto le debía. Ya había imaginado todas las cosas terribles que podrían haber pasado si Renato no hubiese aparecido para socorrerla. Así que quería agradecerle de alguna forma lo que había hecho por ella. Pero Renato no pensaba en dinero, le gustaba ayudar a las personas. Este era su modo de vivir. Así que le respondió:
Algunos kilómetros después, la señora se detuvo en un pequeño restaurante. La camarera vino hasta ella y le trajo una toalla limpia para que secase su mojado cabello y le dirigió una dulce sonrisa. Le ofreció secarle la chaqueta junto a la estufa y le prestó la suya para que no pasara frío. La señora notó que la camarera estaba de casi ocho meses de embarazo, pero por ello no dejaba que la tensión o los dolores le cambiaran su actitud. Parecía muy pobre; debajo del delantal llevaba una ropa limpia pero muy vieja. Los zapatos casi no tenían suela y para estar trabajando a esas horas en un sitio así, y en estado tan avanzado de gestación, debía necesitar realmente el dinero. La señora se extra-ñó de cómo alguien que, teniendo tan poco, podía tratar tan bien a un extraño. Entonces se acordó de Renato. Después de terminar su comida, pidió la cuenta y, mientras la camarera fue a por el cambio, la señora se retiró… Cuando la camarera volvió no encontró a la señora. Solo vio algo escrito en la servilleta, sobre la cual había cuidadosamente doblados 4 billetes de 500 euros… Le cayeron las lágrimas de sus ojos cuando leyó lo que la señora había escrito. Decía:” Tú no tienes que darme nada más, yo tengo bastante. Alguien también me ayudó a mí de forma desinteresada y con una sonrisa y por eso yo quiero ayudarte a ti. Y si realmente quieres de-mostrar agradecimiento por esto que hago por ti, no dejes que este círculo de amor termine contigo; ayuda a alguien que lo necesite”. Aquella noche, cuando fue a casa, cansada, se acostó en la cama; su marido ya estaba durmiendo y ella quedó pensando en el dinero y en lo que la señora dejó escrito. Ambos estaban muy apurados por-que el dinero apenas les alcanzaba para vivir, y con el niño que estaba en camino, las cosas no parecían ser más fáciles… hasta esa noche. Pensando en la bendición que había recibido, dibujó una gran sonrisa en su cara. Agradeció a Dios lo que había ocurrido, y se volvió hacia su marido que dormía a su lado. Le dio un beso suave y susurró: – Ahora todo saldrá bien: ¡te amo… Renato! Feliz martes¡¡¡
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Junio 2017
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