Dale Carnegie (1888), autor pionero en el campo de la auto-ayuda, famoso por los cursos que desarrolló centrados en habilidades interpersonales, autor del libro: “Cómo suprimir las preocupaciones y disfrutar de la vida”, nos ha dejado un magnífico legado que hoy quiero compartir con vosotros a modo de resumen… Carnegie dice que la preocupación deja sus marcas en el rostro humano, provoca la caída del cabello, el deterioro de la piel, la aparición de arrugas, canas, erupciones, sarpullidos y granos.
Y más allá de la cuestión estética, el miedo y el estrés producen úlceras estomacales, indigestiones nerviosas, trastornos cardíacos, insomnio, jaquecas y toda suerte de parálisis. Si su vida parece ahogada en un mar de preocupaciones incesantes, y las angustias y el estrés golpean diariamente a su puerta, usted no sólo está acortando su estancia en este mundo, sino que, sin notarlo, está comprometiendo el disfrute y la calidad de la vida que lleva en el presente. El autor propone una serie de reglas para salir de la preocupación y entrar en el disfrute: 1. Viva en un “compartimento estanco”. Sir William Osler, a quien se ha dado en llamar el padre de la medicina moderna, leyó en su juventud esta frase de Thomas Carlyle, que le ayudó a vivir sin preocupaciones el resto de sus días: Lo principal para nosotros no es ver lo que apenas se vislumbra allá a lo lejos, sino hacer lo que tenemos claramente a nuestro alcance. Osler comprendió que no tenía ningún sentido angustiarse por los posibles eventos de un futuro incierto; que eso sólo podría conducir a una situación como la que se reprochaba Michel de Montaigne, el célebre filosofo y ensayista francés, cuando escribió en sus ensayos: Mi vida ha estado llena de terribles desdichas, la mayoría de las cuales nunca ocurrieron. Ante esto, William Osler asumió que la mejor opción para vivir una vida tranquila y feliz consistía en cerrar con compuertas de acero el pasado y el futuro, y vivir en un “compartimento estanco” que impidiera la entrada a los reproches por el pasado y a las angustias por el futuro. El secreto de su éxito consistió, según contó él mismo, en vivir simplemente cada día hasta la hora de acostarse. Aunque vivimos en el punto medio entre dos eternidades, de ninguna forma podemos vivir en una de ellas. Basta con pretender hacerlo para hundirnos en el desasosiego. Contentémonos, pues, con vivir y disfrutar el hoy, nuestra más preciada posesión, el único tiempo que nos está permitido vivir. Como aquella mujer de Michigan que, tras la muerte de su marido, al borde de la desesperación y cuando las angustias económicas la habían llevado a considerar el suicidio, encontró el sosiego en esta sencilla frase: cada día es una vida nueva para el hombre sabio. 2. Asuma la peor fatalidad. La próxima vez que un Problema (con “P” mayúscula) le acorrale en una esquina, pruebe la fórmula mágica de Willis H. Carrier, el inventor del aire acondicionado, quien tras haber reconocido que una de las peores características de la preocupación es que destruye la capacidad de concentración e impide tomar decisiones acertadas, implementó durante más de treinta años la siguiente técnica para manejar sus problemas sin preocuparse:
3. Analice metódicamente cada problema. ¿Quiere otra técnica para eliminar de raíz la mitad de sus preocupaciones laborales? Pues bien, escuche lo que hizo Leon Schuster, quien fuera socio y director del Rockefeller Center. Agobiado por la celebración continua de largas e ineficientes reuniones, Schuster tomó la siguiente determinación: todo aquel que quisiera convocar a una reunión para discutir un problema, debía pasarle un memorando por escrito en el que respondiera a las siguientes preguntas:
El gran reto que propone esta técnica consiste en enfrentarnos a la pereza mental que nos impide pensar y nos inclina a asumir los hechos en los que creemos y que refuerzan lo que ya pensamos. Obtener la información de forma imparcial y objetiva implica estudiar la situación desde todos los frentes. Para hacerlo, Hawkes recomienda dos ejercicios: suponer que no se está recogiendo información para sí mismo, sino para otro, y simular que se es el abogado de la parte contraria para así tener que enfrentarse a todos los hechos que uno trata de evitar. Por lo general, dice él, la verdad se sitúa en el medio, entre los puntos de vista de dos partes contrapuestas. La técnica de Hawkes, pues, radica en averiguar todos los hechos para plantear adecuadamente la situación que nos inquieta, analizarla, llegar a una decisión y actuar de conformidad. Charles Kettering enseñaba que un problema bien planteado es un problema medio resuelto. 4. Libere de preocupaciones su mente, manteniéndose ocupado. La actividad es una de las mejores terapias existentes para combatir los “duendes” que se apoderan de la mente. En momentos de ocio, esta tiende a llenar el vacío con emociones que pueden resultar tan violentas como para ahuyentar fácilmente los pensamientos pacíficos y felices. Seguramente usted mismo se ha visto varias veces malgastando sus fines de semana en una sucesión de preguntas internas del estilo ¿mi vida tiene sentido? o ¿estoy perdiendo mi atractivo?, las cuales sólo sirven para generarle angustia y desasosiego. George Bernard Shaw sintetizó esta idea cuando dijo que el secreto de sentirse desdichado reside en tener tiempo libre para preocuparse de si uno es feliz o no. En una mente ocupada no entran las preocupaciones, sencillamente porque al cerebro humano le es imposible pensar en dos cosas al mismo tiempo. Como dijo Wiston Churchill cuando trabajaba dieciocho horas diarias en plena guerra mundial: No hay tiempo para preocuparse. La concentración en una tarea específica constituye una puerta cerrada para las preocupaciones. 5. No se aflija por insignificancias. No es de extrañar que la misma persona que ha soportado con estoicismo y valor las mayores tragedias imaginables, sucumba impotente ante las más ínfimas pequeñeces. A los humanos nos pasa lo que le sucedió a aquel árbol gigante de las laderas de Long’s Peak, que se mantuvo en pie durante más de cuatrocientos años, sobrevivió a catorce rayos y a innumerables tormentas y avalanchas, hasta que fue derribado por una plaga de escarabajos, tan pequeños que cualquiera podría aplastarlos entre el índice y el pulgar. No permita que las cosas pequeñas -las termitas de la vida- comprometan su felicidad y recuerde que la vida es demasiado breve para ser pequeña. 6. Utilice la ley de las probabilidades para relativizar las preocupaciones. Si rememora usted aquello que le preocupaba en el pasado, es muy posible que llegue a la misma conclusión que Dale Carnegie y descubra que el noventa y nueve por ciento de las cosas que le abrumaban no llegaron nunca a suceder. Teniendo en cuenta que la mayoría de las turbaciones proceden de la imaginación y no de la realidad, ¿qué sentido tiene malgastar la vida preocupándose por fatalidades cuya probabilidad de ocurrencia es irrisoria? Si reflexiona e identifica exactamente qué es lo que le intranquiliza, podrá entonces usar la ley de probabilidades para ver qué grado de certeza hay de que suceda. Con mucha frecuencia, le sorprenderá encontrar que el noventa y nueve por ciento de su bienestar está secuestrado por el uno por ciento de posibilidades de que una determinada desgracia ocurra. 7. Coopere con lo inevitable. Quienes han sufrido una desgracia grave, como la pérdida de un brazo o de la visión, podrán corroborar la insospechada rapidez con que las personas aceptamos cualquier situación, nos adaptamos a ella y logramos seguir nuestra vida olvidando el problema. Los recursos internos que tenemos para salir de los apuros y superar las adversidades suelen ser mucho más poderosos de lo que creemos. Como han sabido los grandes maestros desde la antigüedad, quien busca la felicidad no puede preocuparse por aquello que está más allá de su propia voluntad. No se trata de tener una fría resignación y de abstenerse de luchar por cambiar las cosas; por el contrario, mientras haya una posibilidad de superar la situación hay que pelear por ello. Pero cuando el sentido común indique que las cosas no pueden cambiarse, sea porque un brazo amputado no se recupera o porque los muertos no vuelven a la vida, entonces mirar hacia el pasado solo traerá dolor. Como dice la memorable plegaria de Reinhold Niebuhr: Concédeme, Dios mío, la serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar. El valor para cambiar lo que cambiar pueda. Y la sabiduría para discernir la diferencia. 8. Ponga un “tope de pérdida” a sus preocupaciones. Burton S. Castles, un legendario especulador de bolsa, se regía por un principio que le permitía evitar desgastes innecesarios en cualquier circunstancia. En sus propias palabras, Castles lo narraba así: Pongo un ‘tope de pérdida’ en todos los compromisos que asumo. Si compro unas acciones, digamos, a cincuenta dólares la acción, inmediatamente pongo un ‘tope de pérdida’ a cuarenta y cinco. En el bosque que bordea las orillas de Walden Ponde, Henry David Thoreau llegó a una conclusión equivalente: El coste de una cosa es la cantidad de lo que yo llamo vida que, inmediatamente o a la larga, será necesario intercambiar por ella. Según él, quien paga demasiado por algo, en relación a lo que eso mismo le quita de su propia existencia, es un necio. Lincoln también lo sabía y por eso había renunciado al resentimiento. Él mismo decía que si mantuviera presentes todos los pleitos y rencillas, reduciría a la mitad su tiempo disponible para sus actividades. Lincoln era consciente de que los recuerdos amargos y los rencores se pagan con la propia paz interior. Hágalo usted también. Póngale un “tope de pérdida” a su impaciencia, a su deseo de justificarse, a sus remordimientos y a sus tensiones mentales y emocionales. Llévelas hasta el punto en que pueden ser productivas y si no han dado frutos, renuncie a ellas. Decida, pues, cuánta ansiedad está dispuesto a tolerar en cada asunto y niéguese a concederle una pizca de más. 9. Deje que el pasado entierre a sus muertos. La alusión continua al pasado y la recriminación por los errores cometidos son el alimento más fértil para las preocupaciones. Sólo hay una forma en que el pasado puede ser constructivo y consiste en analizar con calma los errores para sacar conclusiones provechosas e, inmediatamente, olvidarlos. El viejo adagio que exhorta a no llorar sobre la leche derramada es casi un mandamiento para quien quiere eliminar sus preocupaciones. Evite derramar la leche, pero una vez derramada olvídese de ella, recuerde que todos cometemos equivocaciones e incurrimos en absurdos; recuerde que el mismo Napoleón perdió una tercera parte de las batallas que libró. Quien se preocupa por cosas pasadas y acabadas no hace más que aserrar el aserrín. 10. Llene su mente con pensamientos de paz, valor, salud y esperanza. Su vida es obra de sus pensamientos, son ellos quienes le hacen ser lo que es y quienes definen al mismo tiempo su destino. Si usted está lleno de pensamientos temerosos, será miedoso; si se rige por pensamientos oscuros y destructivos, será desdichado; si mantiene pensamientos positivos, será alegre. William James decía que nadie puede cambiar sus emociones con la mera decisión de hacerlo, pero sí puede cambiar sus acciones y que, al hacerlo, irá cambiando sus sentimientos. Por lo tanto -decía- el camino voluntario y soberano que conduce a la alegría, si esta se ha perdido, es sentarse con alegría y actuar y hablar como si la alegría ya estuviera presente. Según James, es físicamente imposible seguir estando deprimido o agobiado mientras se manifiestan los síntomas de una felicidad radiante. Montaigne escribió que un hombre no es herido tanto por lo que sucede, como por su opinión por lo que sucede y Epicteto, el gran filósofo griego, predicaba la necesidad de eliminar los malos pensamientos del espíritu y enseñaba que esto era más importante que eliminar los tumores y abscesos del cuerpo. Piense y actúe con alegría, y la alegría regirá su vida. 11. No intente pagar a sus enemigos con la misma moneda. Al odiar a sus enemigos, les está otorgando poder sobre usted, sobre sus sueños, sobre su presión sanguínea, sobre sus deseos y sobre su felicidad. Al mismo tiempo que usted hace de su vida un tormento, aquellos a quienes odia y que le amargan la existencia no se dan por enterados ni sufren por su desprecio. Por el contrario, bien podrían regodearse en el daño que le causan. Según la revista Life, el principal rasgo de la personalidad de la gente que sufre hipertensión es el resentimiento. Así pues, cuando Jesús dijo amad a vuestros enemigos no solo predicaba ética, también prescribía medicina moderna. Quizás crea usted que Jesús fue muy lejos y que a nadie le es posible amar a sus enemigos. En ese caso, al menos ámese a usted mismo lo suficiente como para no consentir que sus enemigos controlen su salud y su felicidad. Siga el sabio consejo de Shakespeare, quien escribió lo siguiente: No calientes tanto el horno de tu odio que te abrase a ti mismo. 12. No espere gratitud. Abundan las personas encolerizadas y resentidas porque, tras haber dado mucho, no recibieron el menor agradecimiento. Y abundan, precisamente, porque la gratitud es un bien escaso, un fruto que exige mucho cultivo, en palabras de Samuel Johnson. Si quiere gratitud, practíquela y enséñela a las personas cercanas o a sus hijos, pero no espere que todos se la ofrezcan. Hombres como Marco Aurelio no andaban esperando gratitud; si la recibía, se deleitaba con la sorpresa. En su diario, este emperador escribió: Hoy voy a reunirme con personas que hablan demasiado, que son egoístas y desagradecidas. Pero no me sorprenderé ni me molestaré porque no puedo imaginar un mundo sin personas así. 13. Cuente sus bienes y no sus infortunios. Eddie Rickenbacker fue un superviviente: permaneció durante veintiún días en una balsa salvavidas atravesando el Océano Pacífico. Tras su naufragio, explicó que lo más importante que había aprendido era que si se tiene el agua necesaria para beber y toda la comida necesaria para alimentarse, nunca hay que quejarse de nada. Quienes no hemos sobrevivido a un naufragio o a una tragedia semejante, olvidamos con facilidad todas las cosas buenas que tenemos en la vida. Para Schopenhauer, una de las mayores tragedias de nuestra condición humana está cifrada en esa amarga tendencia a no pensar casi nunca en lo que tenemos, pero siempre en lo que nos falta. En la vida, según Logan Pearsall Smith, hay que emprender dos tareas esenciales: conseguir lo que uno quiere y disfrutar con ello. Sin embargo, según él mismo solo los más sabios logran lo segundo. En lugar de andar haciendo una lista de sus carencias y sus desdichas, observe todas las maravillas que le rodean. Quien no deja de gruñir y protestar, no sólo arriesga su salud mental y física, sino también su hogar, sus negocios y sus amigos. 14. No imite a los demás. Encuéntrese y sea usted mismo. El problema de estar dispuesto a ser uno mismo es tan universal como la vida humana y está en la raíz de muchas neurosis, psicosis y complejos. Antes de hacerse famoso como director de cine, Sam Wood pasó años en el negocio inmobiliario trabajando como vendedor. Esta doble experiencia le condujo a afirmar que no se llega a ningún sitio imitando como un mono y que, por el contrario, lo más prudente es abandonar cuanto antes a aquellos que pretenden ser lo que no son. Como director de personal de la Socony Vacuum Company, Paul Boynton llegó a entrevistar a más de sesenta mil solicitantes. Según él, el error más frecuente y más grave de quienes solicitan un empleo es el de no ser ellos mismos: En lugar de actuar naturalmente y ser totalmente francos, con frecuencia intentan dar las respuestas que creen que uno quiere oír. No hay que ser muy perspicaz para saber que nadie quiere una moneda falsa. Antes de saltar a la fama, Charles Chaplin, Bob Hope, Will Rogers y tantos otros se limitaban sin ningún éxito a imitar a otros artistas. Sólo al descubrir y explotar su autenticidad, se hicieron inmortales. Cada individuo es algo inédito en el mundo. Por aquí nunca había pasado y nunca volverá a verse nadie que sea igual a usted. Por ello, si de destacar por la originalidad se trata, basta con explorar al máximo la propia diferencia. Al fin y al cabo, todo arte es autobiográfico. Para bien o para mal, usted sólo puede cantar lo que es, sólo puede pintar lo que es, sólo puede escribir lo que es. Así pues, libérese de la angustia de no ser como los otros y explore ese enorme equipaje de facultades que aunque, nunca haya utilizado, usted posee. Recuerde que la envidia es ignorancia y la imitación, suicidio. 15. Cuando el destino le entregue un limón, procure hacer una limonada. Alfred Adler, el gran psicólogo, decía que una de las características más maravillosas del ser humano es su poder de transformar un menos en un más. Thelma Thompson, una mujer que tuvo que trasladarse al desierto de Mojave, en California, porque su marido había sido enviado a un campo de entrenamiento militar en la zona, lo supo cuando estaba a punto de explotar. Odiaba el lugar y se sentía totalmente desdichada. No encontraba a nadie con quien hablar; sólo sentía calor y hastío, sólo veía arena a su alrededor, sólo percibía un viento incesante que arrasaba con todo. Entonces, cuando se disponía a abandonarlo todo y a sacrificar incluso su matrimonio, recibió una carta de su padre con apenas dos líneas: Dos hombres en la cárcel miraron a través de las rejas, uno vio el barro, el otro vio las estrellas Thelma entendió el mensaje y se propuso cambiar su punto de vista. Comenzó a entablar amistad con los nativos, se interesó por las artesanías, estudió la vegetación y los fósiles y se dejó seducir por la cultura y la fascinante historia que escondía aquel lugar. Rápidamente convirtió su desierto en un paraíso. William Bolitho, autor de Twelve Against the Gods, lo expresó así: Lo más importante en la vida no es capitalizar los beneficios; cualquier tonto puede hacer eso. Lo realmente importante es sacar beneficio de las pérdidas. Eso requiere inteligencia y marca la diferencia entre un hombre sensato y un necio. En las biografías de los grandes personajes es fácil detectar una constante: la mayoría de ellos se ha forjado a partir de las dificultades; ha comenzado con desventajas que le han servido de incentivo para grandes empeños y grandes recompensas. Es posible que Milton escribiera mejor poesía por ser ciego y que Beethoven compusiera mejores sinfonías por el hecho de ser sordo. Siempre que la vida le ofrezca un duro y amargo limón, empéñese en hacer una limonada. Si triunfa, obtendrá una bebida refrescante. Si no, habrá estado tan ocupado en lograrlo que el solo hecho de fijarse la meta y mirar hacia delante le habrá permitido sustituir sus pensamientos negativos por otros positivos. 16. Olvide su propia infelicidad esforzándose por crear un poco de felicidad para los demás. El psiquiatra Alfred Adler les prometía la cura a sus pacientes afectados por la melancolía si seguían la siguiente prescripción: Procurar pensar cada día de qué manera puedo complacer a alguien. ¿Por qué el hecho de realizar una buena acción al día puede conllevar tales efectos? Porque el intento por hacer felices a otros nos hará dejar de pensar en nosotros mismos, que es exactamente el alimento de la preocupación, de los temores y de la melancolía. Y, también, porque la felicidad es contagiosa y porque cada vez que damos, recibimos. Hay un proverbio chino que sintetiza esta idea de forma sublime: Siempre queda un poco de fragancia en la mano que te ofrece rosas. Benjamin Franklin lo resumió así: Cuando eres bueno para los demás, eres lo mejor para ti mismo. 17. No atienda las críticas injustas y promueva las constructivas. Cuando alguien se destaca entre la masa, nunca podrá ser inmune a la crítica. Los demás hablarán de él. Y muchas veces hablarán mal, movidos por los celos y por la envidia. Schopenhauer lo sintetizó con estas palabras: El vulgo disfruta enormemente con los defectos y las locuras de los grandes hombres. No se preocupe, pues, si es usted el objeto de las críticas. Al fin y al cabo, detrás de cada reproche injusto suele esconderse un elogio encubierto. Nadie pierde su tiempo censurando a alguien a quien no le concede importancia alguna. Y aunque ninguna persona puede impedir que la critiquen injustamente, cualquiera puede hacer que las críticas injustas dejen de afectarle. La fórmula de Matthew C. Brush, quien fuera presidente de la American International Corporation, ha sido adoptada intuitivamente por miles de figuras públicas: consiste en hacer las cosas lo mejor que uno sepa y pueda hacerlas y después abrir el viejo paraguas para que la lluvia de críticas caiga sobre él y no sobre uno mismo. Todo esto no significa que haya que evitar o rechazar toda reprobación. Por el contrario, en las críticas bienintencionadas hay una fuente inagotable de sabiduría y, como nadie es perfecto, todos necesitamos de ellas para mejorar. Einstein confesaba que sus conclusiones estaban equivocadas un noventa y nueve por ciento de las veces; Darwin se pasó quince años analizando todas las posibles objeciones y haciendo infinidad de correcciones en El origen de las especies antes de su controvertida publicación. Si ellos hubieran asumido que nunca se equivocaban, jamás habrían superado sus primeros experimentos y borradores. Dado que nadie puede aspirar a ser perfecto, haga lo que hizo E. H. Little: pida una crítica imparcial, útil y constructiva. O haga lo que propone Carnegie y mantenga un registro de las tonterías que usted mismo ha cometido. Sea crítico consigo mismo; como Benjamin Franklin, sométase a revisión todas las noches, o como hizo Napoleón después de su caída, reconozca su falibilidad: Nadie sino yo mismo es el culpable de mi caída. He sido mi mayor enemigo, la causa de mi propio y aciago sino. 18. Prevenga la fatiga y conserve la energía y el ánimo. La fatiga produce frecuentemente preocupación o, por lo menos, nos hace vulnerables a ella. Por el contrario, el descanso y la relajación impiden su presencia; según el doctor Edmund Jacobson, quien fuera director del Laboratorio de Fisiología Clínica de la Universidad de Chicago, cualquier estado nervioso o emocional desaparece en presencia de un completo descanso. ¿Sabe cómo logró Churchill trabajar dieciséis horas diarias durante la II Guerra Mundial, cuando él rozaba los setenta años? Trabajando en la cama todos los días hasta las once, tomando una siesta de una hora después del almuerzo y otra de dos horas antes de la cena. En lugar de buscar una cura contra la fatiga, Churchill la impedía. Algo parecido a lo que hacía Henry Ford, una de las personas más conocidas y más ricas del planeta, para permanecer activo durante casi un siglo. A sus ochenta años, Ford confesaba: Nunca estoy de pie cuando puedo estar sentado y nunca estoy sentado cuando puedo estar acostado. Para prevenir la fatiga y la preocupación usted puede, como ellos, descansar antes de estar cansado. Tenga en cuenta también que el aburrimiento es una de las principales causas de la fatiga y observe que raramente nos cansamos cuando hacemos algo que nos resulta interesante y atractivo. Si pone entusiasmo en su trabajo combatirá el aburrimiento y disminuirá sus preocupaciones. Asimismo, aprenda a relajarse en el trabajo y en casa. No requerirá mayores esfuerzos, pues la relajación no es otra cosa que la ausencia de toda tensión y afán. Por último, aplique estos cuatro buenos hábitos de trabajo. Son sencillos de implementar y los efectos en su estado anímico y en su energía le resultarán inestimables:
Estas reglas que Carnegie ha derivado de la experiencia de miles de personas demuestran que el origen de nuestras angustias se esconde en las actitudes mentales que adoptamos. Carnegie propone estrategias concretas y prácticas para combatir esa extraña inclinación psicológica que nos impide disfrutar plenamente nuestra vida. Aunque lo mejor de todo esto sería ponerlo en práctica, ¿no cree? Feliz lunes¡¡¡
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Junio 2017
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