Tras un periodo más bien largo de incubación, Mamá Pata se estiró y examinó cuidadosamente a sus recién nacidos polluelos. Se hinchó de orgullo mientras posaba su lánguida mirada sobre sus tres hijas de inocente semblante y sus tres hijos, que tanto le recordaban a su padre. Después, Mamá Pata descubrió un gran huevo grisáceo, que parecía haber rodado fuera del nido…
Sabía que hasta los huevos mejor puestos de gansa y de gallina se extravían con frecuencia y, sin pensárselo dos veces, se sentó sobre el huevo, para luego centrarse en sermonear a sus patitos sobre los puntos más delicados del andar de los patos. Por suerte, las palmas de todos ellos apuntaban hacia dentro, por lo que no hubo necesidad de comprarles calzado corrector. Tres días después, el huevo tamaño familiar eclosionó y apareció una gran bola de plumas marrones. Mamá Pata le llamó Samantha a aquella tímida criatura, pero todos los demás se referían a ella como “la fea“. Samantha era tímida y reservada, y hacía todo lo posible por no llamar la atención sobre sí misma, encogiéndose avergonzada cuando alguno de sus hermanos la llamaba “patita fea” delante de los demás. Mamá Pata intentaba proteger los sentimientos de Samantha, pero no le servía de mucho, ya que Samantha había oído por casualidad a su madre diciéndole a una amiga que su hija resultaba más embarazosa para la familia que aquella ocasión en que tío Phil se enamoró de un señuelo de cazador. Cuando Samantha llegó a la adolescencia, se coló sin esperanzas por las plumas de un ánade azulón llamado Francis Drake, pero él ni siquiera supo que Samantha existiera. Esto no debería resultar sorprendente, puesto que Samantha hacía todo lo posible por desaparecer entre la multitud, y siempre encogía la cabeza y los hombros para disimular su prominente cuello. Francis podría haber sido el único pato en comprender la traumática infancia de Samantha, por cuanto se había tenido que enfrentar a los ridículos más despiadados por parte de otros patitos que se divertían a costa de su nombre. Sin embargo, Francis aprendió a no tomarse estas observaciones como algo personal, e incluso aprendió a reírse de su nombre en compañía de sus amigos, lo cual le devolvíó la fortaleza personal. Por desgracia, Francis no salió con vida de la siguiente temporada de caza. Sus amigos vieron al cazador e intentaron advertir a Francis, pero cuando un ánade grita “¡Pato!”, nadie presta atención. La afligida Samantha decidió abandonar el estanque y emprender el vuelo. Mientras se alejaba de su hogar, seguía oyendo los comentarios negativos acerca de su fea apariencia repitiéndose una y otra vez en su cabeza. Samantha se encontró con una bandada de gansos. Un ganso ciertamente chic llamado Liv R. Paté le dijo con un fuerte acento francés a Samantha que la bandada estaba migrando hacia la Riviera para pasar el invierno, y todos dieron la bienvenida a Samantha para que se uniera a ellos. Por su parte, Samantha no dejaba de hablar y hablar de lo horrible que debía parecerles, y les dijo a los gansos que no quería su compasión. Los gansos, que se cansaron con rapidez de la quejumbrosa Samantha, hicieron una formación en V y se alejaron de allí rápidamente. A medida que se aproximaba el invierno, Samantha comenzó a dirigirse instintivamente hacia el sur. En su camino, divisó las hermosas aguas del Lago de los Cisnes y descendió para verlo mejor. Se quedó asombrada al encontrarse con las aves más hermosas y gráciles que jamás en su vida hubiera visto, y la curiosidad, que terminó siendo más fuerte que su temor, la llevó a acercarse a siete cisnes que estaban nadando allí cerca. A los cisnes se les escaparon algunas risitas tontas cuando Samantha lanzó su bien ensayada apología por su apariencia física. Y cuando Samantha inclinó la cabeza y dejó caer los hombros como acostumbraba hacer, las claras y cristalinas aguas del Lago de los Cisnes le reflejaron su propia imagen. Era la primera vez que se veía. Enderezó los hombros, levantó la cabeza y contempló su elegante cuello. Desgraciadamente, Samantha llevaba años peleando con los comentarios negativos de su familia y con una imagen corporal conformada a la imagen de la pata ideal, por lo que no dejó de ver a la “patita fea”. Los cisnes consiguieron persuadir a Samantha para que se quedara con ellos y, después de un lento proceso lleno de cariño y de aliento, pudieron demostrarle a Samantha que no sólo era un hermoso cisne hembra por fuera, sino que también estaba llena de belleza y amor por dentro. Con el tiempo, la pobre imagen que Samantha tenía de sí misma comenzó a cambiar, y empezó a ganar en autoestima y en confianza en sí misma. Cultivó muchos intereses novedosos y aprendió a cantar, realizando una interpretación impresionante de Bajando por el río de los Cisnes. Se ofreció voluntaria para ayudar a los cisnes adolescentes desamparados, y resultó muy valiosa para aquellos que se enfrentaban a problemas de autoestima en sus desgarbados años de adolescencia. Posteriormente, Samantha se casaría y empollaría un gran familia de polluelos de cisne, a los cuales alimentó y amó. Tuvo seis hijas y un solo hijo, que por cierto inventó la primera cena fría de la televisión. (Autores: Sue y Allen Gallehugh) Feliz martes¡¡¡
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Un profesor fue invitado a dar una conferencia en una base militar, y en el aeropuerto lo recibió un soldado llamado Ralph…Mientras se encaminaban a recoger el equipaje, Ralph se separó del visitante en tres ocasiones: primero, para ayudar a una anciana con su maleta; luego, para cargar a dos pequeños a fin de que pudieran ver a Santa Claus, y después para orientar a una persona. Cada vez regresaba con una sonrisa en el rostro.
—¿Dónde aprendió a comportarse así? —preguntó el profesor. —En la guerra —contestó Ralph Entonces le contó su experiencia en Vietnam. Allí su misión había sido limpiar campos minados. Durante ese tiempo había visto cómo varios amigos suyos, uno tras otro, encontraban una muerte prematura. —Me acostumbré a vivir paso a paso —explicó—. Nunca sabía si el siguiente iba a ser el último; por eso tenía que sacar el mayor provecho posible del momento que transcurría entre levantar un pie y volver a apoyarlo en el suelo. Me parecía que cada paso era toda una vida. Autor desconocido Feliz lunes¡¡¡ No hace mucho tiempo, dos hermanos que vivían en granjas adyacentes cayeron en un conflicto. Éste fue el primer conflicto serio que tenían en cuarenta años de cultivar juntos, hombro a hombro, compartiendo maquinaria e intercambiando cosechas y bienes en forma continua…
Esta larga y beneficiosa colaboración terminó repentinamente. Comenzó con un pequeño malentendido y fue creciendo hasta llegar a ser una diferencia mayor entre ellos, hasta que explosionó en un intercambio de palabras amargas seguido de semanas de silencio. Una mañana, alguien llamó a la puerta de Luis. Al abrir la puerta, encontró a un hombre con herramientas de carpintero. —Estoy buscando trabajo por unos días —dijo el extraño—. Quizás usted requiera algunas pequeñas reparaciones aquí, en su granja, y yo pueda ser de ayuda en eso. —Sí —dijo el mayor de los hermanos—, tengo un trabajo para usted. Mire al otro lado del arroyo, hacia aquella granja: ahí vive mi vecino; bueno, de hecho, es mi hermano menor. La semana pasada había una hermosa pradera entre nosotros y él tomó su bulldozer y desvió el cauce del arroyo para separar las fincas. Bueno, él pudo haber hecho esto para enfurecerme, pero le voy a hacer una mejor. ¿Ve usted aquella pila de desechos de madera junto al granero? Quiero que construya una cerca; una cerca de dos metros de alta, no quiero verlo nunca más. El carpintero le dijo: —Creo que comprendo la situación. Muéstreme dónde están los clavos y la pala para hacer los hoyos de los postes, y le entregaré un trabajo que lo dejará satisfecho. El hermano mayor le ayudó al carpintero a reunir todos los materiales y dejó la granja por el resto del día para ir por provisiones al pueblo. El carpintero trabajó duro todo el día midiendo, cortando, clavando… Cerca del ocaso, cuando el granjero regresó, el carpintero justo había terminado su trabajo. El granjero quedó con los ojos completamente abiertos; su mandíbula cayó. No había ninguna cerca de dos metros. En su lugar, había un puente que unía las dos granjas a través del arroyo. Era una fina pieza de arte, con pasamanos y todo. En ese momento, su vecino, su hermano menor, vino desde su granja y abrazando a su hermano, le dijo: —¿Eres un gran tipo! Mira que construir este hermoso puente después de lo que he hecho y dicho. Estaban en su reconciliación los dos hermanos cuando vieron que el carpintero tomaba sus herramientas. —No, espera. ¿Quédate unos cuantos días!, tengo muchos proyectos para ti —le dijo el hermano mayor al carpintero. —Me gustaría quedarme —dijo el carpintero—, pero… tengo muchos puentes por construir. AUTOR DESCONOCIDO Feliz jueves¡¡¡ Un pequeño gusanito caminaba un día en dirección al sol. Muy cerca del camino se encontraba un chapulín…
—¿Hacia dónde te diriges? —le preguntó. Sin dejar de caminar, la oruga contestó: —Tuve un sueño anoche; soñé que desde la punta de la gran montaña yo miraba todo el valle. Me gustó lo que vi en mi sueño y he decidido realizarlo. Sorprendido, el chapulín dijo mientras su amigo se alejaba: —Debes estar loco! ¿Cómo podrás llegar hasta aquel lugar? ¡Tú, una simple oruga! Una piedra será una montaña, un pequeño charco un mar y cualquier tronco una barrera infranqueable. Pero el gusanito ya estaba lejos y no lo escuchó. Sus diminutos pies no dejaron de moverse. De pronto, se oyó la voz de un escarabajo: —¿Hacia dónde te diriges con tanto empeño? Sudando ya, el gusanito le dijo, jadeante: —Tuve un sueño y deseo realizarlo. Subiré a esa montaña y desde ahí contemplaré todo nuestro mundo. El escarabajo no pudo contenerse y, soltando la carcajada, le dijo: —Ni yo, con patas tan grandes, intentaría una empresa tan ambiciosa. Él se quedó en el suelo, tumbado de la risa, mientras la oruga continuó su camino, habiendo avanzado ya unos cuantos centímetros. Del mismo modo, la araña, el topo, la rana y la flor aconsejaron a nuestro amigo a desistir. —No lo lograrás jamás! —le dijeron. Pero en su interior había un impulso que lo obligaba a seguir. Ya agotado, sin fuerzas y a punto de morir, decidió parar a descansar y construir, con su último esfuerzo, un lugar donde pernoctar. —Estaré mejor —fue lo último que dijo, y murió. Todos los animales del valle, por días, fueron a observar sus restos. Ahí estaba el animal más loco del pueblo. Había construido como tumba un monumento a la insensatez. Ahí estaba un duro refugio, digno de uno que murió por querer realizar un sueño irrealizable. Una mañana en la que el sol brillaba de una manera especial, todos los animales se congregaron en torno a aquello que se había convertido en una advertencia para los atrevidos. De pronto, quedaron atónitos. Aquella concha dura comenzó a quebrarse y, con asombro, vieron unos ojos y una antena que no podía ser la de la oruga que creían muerta. Poco a poco, como para darles tiempo de reponerse del impacto, fueron saliendo las hermosas alas arco iris de aquel impresionante ser que tenían frente a ellos: UNA HERMOSA MARIPOSA. No hubo nada que decir, todos sabían lo que haría: se iría volando hasta la gran montaña y realizaría un sueño; el sueño por el que había vivido, por el que había muerto y por el que había vuelto a vivir. Todos se habían equivocado. AUTOR DESCONOCIDO Feliz viernes¡¡¡ Dos hombres, ambos gravemente enfermos, ocupaban la misma habitación de un hospital. A uno de ellos se le permitía sentarse en su cama, por una hora y cada tarde, para ayudar a drenar los fluidos de sus pulmones. Su cama estaba junto a la única ventana del cuarto. El otro hombre debía permanecer todo el tiempo en su cama, tendido sobre su espalda…
Los hombres conversaban horas y horas. Hablaban acerca de sus esposas y familias, de sus hogares, de sus trabajos, de su servicio militar, de cuando estaban de vacaciones, etc. Y cada tarde, en la cama cercana a la ventana, el hombre que podía sentarse se pasaba el tiempo describiéndole a su compañero de cuarto el paisaje que él podía ver desde allí. El hombre de la otra cama comenzaba a vivir, en esos pequeños intervalos de una hora, como si su mundo se agrandara y reviviera por toda la actividad y el color del mundo exterior. Se divisaba desde la ventana un hermoso lago, cisnes, personas nadando y niños jugando con sus pequeños barcos de papel. Jóvenes enamorados caminaban abrazados entre flores de todos los colores del arco iris. Grandes y viejos árboles adornaban el paisaje, y una ligera vista del horizonte de la ciudad podía divisarse a la distancia. Como el hombre de la ventana describía todo esto con exquisitez de detalles, el hombre de la otra cama podía cerrar sus ojos e imaginar tan pintorescas escenas. Una cálida tarde de verano, el hombre de la ventana le describió un desfile que pasaba por ahí. A pesar de que el hombre no podía escuchar a la banda, sí podía ver todo en su mente, pues el caballero de la ventana le describía todo con palabras muy descriptivas. Días y semanas pasaron. Un día, cuando la enfermera de mañana llega a la habitación llevando agua para el aseo de cada uno de ellos, descubre el cuerpo sin vida del hombre de la ventana, el mismo que había muerto tranquilamente en la noche mientras dormía. Ella se entristeció mucho y llamó a los auxiliares del hospital para trasladar el cuerpo. Tan pronto como creyó conveniente, el otro hombre preguntó si podía ser trasladado cerca de la ventana. La enfermera estaba feliz de realizar el cambio; luego de estar segura de que estaba confortablemente instalado, ella le dejó solo. Lenta y dolorosamente se incorporó, apoyado en uno de sus codos, para tener su primera visión del mundo exterior. Finalmente, iba a tener la dicha de verlo por sí mismo. Se estiró para, lentamente, girar su cabeza y mirar por la ventana que estaba junto a la cama. Sólo había un gran muro blanco. Eso era todo. El hombre preguntó a la enfermera qué pudo haber obligado a su compañero de cuarto a describir tantas cosas maravillosas a través de la ventana. La enfermera le contestó que ese hombre era ciego y que, por ningún motivo, él podía ver esa pared. Ella dijo: --Quizás él solamente quería darle ánimo. AUTOR DESCONOCIDO Feliz miércoles¡¡¡ Aquella noche, después de haber comido, Pluma Negra continuó sentado junto al fuego, pensativo. Y Lobo Gris no se atrevió a alzarse ni a pronunciar una sola palabra. Porque Pluma Negra, además de ser su padre, era también el caudillo de los pawnees y se le debía respeto…Al rato, Pluma Negra sacó una bolsita de piel y la dejó en el suelo, delante de él. Y habló a su hijo:
– Irás hasta el Gran Río, lo cruzarás, atravesarás el País Caluroso, subirás a las Montañas Rotas, bajarás al Gran Bosque, buscarás a Caballo Solitario y a su tribu y le entregarás esta bolsita. Sin añadir palabra, se levantó y entró en su tienda. Lobo Gris recogió la bolsita y se la colgó del cuello. Pocas veces había oído hablar de todos aquellos parajes que acababa de enumerar su padre, le sonaban muy vagamente, de haberlos oído nombrar por los grandes guerreros. Pero si su padre había considerado que no era conveniente dar más detalles, él no era quien para hacer preguntas. Meinabee, la madre de Lobo Gris, que faenaba cerca del fuego y lo había escuchado todo, entró en la tienda y se sentó sobre unas pieles.
Llegado al punto donde había visto por primera vez el río, continuó en dirección opuesta. Le costó otra jornada encontrar un vado por el que podría arriesgarse a cruzar la corriente. Aún así no tuvo más remedio que nadar desesperadamente, con todas sus fuerzas, para no ser arrastrado por el agua. Pero logró alcanzar la otra orilla y pudo seguir su camino. Caminaba airoso, ahora en dirección Poniente. Sólo se detenía cuando necesitaba cazar para comer, algún gamo, algún conejo, o, si no había nada más, un topo, un lagarto o cualquier otro animal comestible. Tan pronto acababa volvía a emprender la marcha. Tras días de marcha, fue dejando atrás llanuras, bosques y ríos. La vegetación cada vez era menos frondosa, empezaron a aparecer los primeros cactus. Lobo Gris comprendió que se encontraba en el límite del País Caluroso. Entonces recogió raíces de muchas clases y las aplastó a golpe de piedra hasta conseguir una harina que guardaba en el zurrón. Y se adentró en el País Caluroso. Desde que había atravesado el Gran Río, pisaba territorios de tribus enemigas y había tenido que avanzar escurriéndose como un zorro, sin dejarse ver nunca abiertamente. Llegado a un terreno que pronto fue totalmente desértico, tuvo que multiplicar las precauciones. Escogió el peor de los caminos, para evitar a los enemigos. Descendió desfiladeros profundos y remontó ásperas montañas de rocas desnudas, todo bajo un sol ardiente que convertía el desierto en un horno abrasador. En las horas de más calor no podía avanzar, tenía que protegerse bajo alguna roca o dentro de algún agujero. Y con un terrible esfuerzo de voluntad se obligaba a beber un sólo sorbo de agua al mediodía y otro por la noche, acompañando a un puñado de harina. Medio muerto de sed, cada mañana espiaba desde algún cerro a ver si los movimientos de algún pájaro solitario le daban la pista de dónde podía haber algo de agua. De esta forma, y por dos veces, logró localizar en el fondo de torrenteras secas un pequeño charco de agua fangosa que le salvó de una muerte inminente. Y seguía caminando. Cuando, entre arenales yermos, pudo ver por fin las primeras briznas de hierba, Lobo Gris había adelgazado tanto que sólo quedaban piel y huesos y apenas si tenía fuerzas para caminar. Había logrado dejar atrás el País Caluroso; pronto encontró agua y caza y pudo rehacerse poco a poco. Continuó directo hacia las Montañas Rotas, que ya se vislumbraban en el horizonte. Remontó largos valles y atravesó furiosos torrentes de montaña. Atravesó, una tras otra, las altas cumbres, hasta que consiguió encontrar un paso entre las montañas. Por fin pudo contemplar, al otro lado, un extensísimo país totalmente cubierto de un bosque tupido, y comprendió que buscar a Caballo Solitario y a su tribu en aquella espesura sería tan inútil como buscar una hormiga en la arena del desierto. Después de reflexionar largamente tomó una decisión. Escogió como atalaya una alta roca plana. Por la noche descendía hasta un claro del bosque donde se guarecía en una cabaña que se había construido con ramas y barro. Cuando necesitaba comer, cazaba. Por lo demás, todas las horas del día se las pasaba tendido sobre la gran roca plana, observando atentamente la inmensa extensión de bosque. Pasaron los días y las semanas, y él seguía en su atalaya, esperando pacientemente. Hasta que sucedió lo que había esperado tanto tiempo: algún guerrero se descuidó un poco y una ligera columna de humo se alzó muy a lo lejos, pero bien visible. Sin perder un sólo instante, Lobo Gris descendió, rápido, y se dirigió hacia aquella señal de vida. Después de mucho caminar, localizó a un grupo de guerreros de la tribu de Caballo Solitario que habían alzado un campamento de caza junto a un riachuelo. Tras haberlos espiado el tiempo necesario para asegurarse de quiénes eran, se presentó abiertamente. Cuando la partida regresó al campamento principal, Lobo Gris fue llevado delante de Caballo Solitario. -Soy Lobo Gris, hijo de Pluma Negra -le dijo -. Mi padre te saluda y te envía esta bolsita y el mensaje que contiene. Caballo Solitario tomó la bolsita y sacó el contenido: un puñado de piedrecitas verdes con rayas blancas, unas piedras que sólo existían en el país de los pawnees. Caballo Solitario cerró el puño y dijo: – He entendido el mensaje. Durante un cierto tiempo, Lobo Gris permaneció con la tribu amiga. Aprendió nuevas costumbres, nuevas maneras de cazar y de defenderse de los enemigos. Al comenzar el otoño, Caballo Solitario le hizo llamar y, dándole la bolsita, llena de nuevo, lo despidió: – Vuelve a tu tribu y lleva a Pluma Negra mi saludo y mi respuesta. Lobo Gris emprendió el regreso. Esta vez, conociendo el camino, no le fue tan difícil. Únicamente, después de atravesar el País Caluroso, estuvo a punto de caer en manos de guerreros enemigos. Pero gracias a su astucia y su agilidad consiguió escaparse. El frío del invierno se hacía sentir bien punzante cuando Lobo Gris llegó a su tribu. Pluma Negra estaba sentado ante el fuego y ni parpadeó cuando vio acercarse a su hijo. Lobo Gris se sentó en el lugar acostumbrado, se desató la bolsita y la dejó ante su padre, diciéndole: – Caballo Solitario te saluda y te envía su respuesta. Pluma Negra cogió la bolsita y derramó el contenido sobre la palma de su mano: un puñado de piedras de color rojo vivo, las piedras que Lobo Gris había visto únicamente en el país de la tribu de Caballo Solitario. – Está bien -dijo Pluma Negra, impasible; se levantó y entró en su tienda. Meinabee se acercó a su hijo y le dio un gran trozo de carne todavía humeante. Y viendo al hijo que se quedaba con la carne en la mano, sin probarla, comprendió lo qué le ocurría. Entonces le dijo: -Pluma Negra y Caballo Solitario son guerreros bravos y sabios. Ellos saben hacer hablar a las piedras: las verdes han dicho que has ido desde tu país al país de Caballo Solitario, las rojas, que has vuelto. Pluma Negra es un guerrero bravo y astuto. Él sabe cómo hacer avanzar al tiempo: al marchar, eras un chico, al volver, ¡eres un hombre! Lobo Gris lo comprendió todo. Y estaba lleno de satisfacción por dos motivos: porque ya era un hombre y porque pertenecía a una raza de guerreros bravos, sabios y astutos. Fuente:Carles Macià Feliz lunes¡¡¡ Renato casi no vio a la señora que estaba en el coche parado al costado de la carretera. Llovía fuerte y era de noche y se dio cuenta que ella necesitaba de ayuda. Así que detuvo su coche y se acercó. El coche de la señora olía a tinta, de tan nuevo. Era un coche precioso, impecable por dentro. Debía ser muy caro. La señora iba muy bien vestida, con mucho gusto. Ya era algo mayor, pero no había perdido la elegancia en su porte y su semblante, gracias también a la ropa de marca que llevaba y a las joyas que lucía en su cuello y en la cara…
Cuando la señora vio a Renato acercarse, pensó que pudiera ser un asaltante. Realmente no inspiraba confianza, parecía pobre y hambriento. Renato percibió que ella tenía miedo y le dijo:
Renato se agachó, colocó el gato mecánico y levantó el coche. Mientras apretaba las tuercas de la rueda, la señora, que lo observaba atentamente, fue perdiendo el miedo inicial. Abrió la ventana y comenzó a conversar con él. Le contó que no era del lugar, que sólo estaba de paso por allí y que no sabía cómo agradecerle su valiosa ayuda. Renato simplemente la miraba de vez en cuando, y la sonreía, mientras continuaba trabajando. Le llevó un rato cambiar la rueda, por la lluvia que le caía encima, y el barro que se formaba en el suelo. Cuando terminó, quedó un poco sucio y con una herida en una de las manos. Ella preguntó cuánto le debía. Ya había imaginado todas las cosas terribles que podrían haber pasado si Renato no hubiese aparecido para socorrerla. Así que quería agradecerle de alguna forma lo que había hecho por ella. Pero Renato no pensaba en dinero, le gustaba ayudar a las personas. Este era su modo de vivir. Así que le respondió:
Algunos kilómetros después, la señora se detuvo en un pequeño restaurante. La camarera vino hasta ella y le trajo una toalla limpia para que secase su mojado cabello y le dirigió una dulce sonrisa. Le ofreció secarle la chaqueta junto a la estufa y le prestó la suya para que no pasara frío. La señora notó que la camarera estaba de casi ocho meses de embarazo, pero por ello no dejaba que la tensión o los dolores le cambiaran su actitud. Parecía muy pobre; debajo del delantal llevaba una ropa limpia pero muy vieja. Los zapatos casi no tenían suela y para estar trabajando a esas horas en un sitio así, y en estado tan avanzado de gestación, debía necesitar realmente el dinero. La señora se extra-ñó de cómo alguien que, teniendo tan poco, podía tratar tan bien a un extraño. Entonces se acordó de Renato. Después de terminar su comida, pidió la cuenta y, mientras la camarera fue a por el cambio, la señora se retiró… Cuando la camarera volvió no encontró a la señora. Solo vio algo escrito en la servilleta, sobre la cual había cuidadosamente doblados 4 billetes de 500 euros… Le cayeron las lágrimas de sus ojos cuando leyó lo que la señora había escrito. Decía:” Tú no tienes que darme nada más, yo tengo bastante. Alguien también me ayudó a mí de forma desinteresada y con una sonrisa y por eso yo quiero ayudarte a ti. Y si realmente quieres de-mostrar agradecimiento por esto que hago por ti, no dejes que este círculo de amor termine contigo; ayuda a alguien que lo necesite”. Aquella noche, cuando fue a casa, cansada, se acostó en la cama; su marido ya estaba durmiendo y ella quedó pensando en el dinero y en lo que la señora dejó escrito. Ambos estaban muy apurados por-que el dinero apenas les alcanzaba para vivir, y con el niño que estaba en camino, las cosas no parecían ser más fáciles… hasta esa noche. Pensando en la bendición que había recibido, dibujó una gran sonrisa en su cara. Agradeció a Dios lo que había ocurrido, y se volvió hacia su marido que dormía a su lado. Le dio un beso suave y susurró: – Ahora todo saldrá bien: ¡te amo… Renato! Feliz martes¡¡¡ Un río, desde sus orígenes en lejanas montañas, después de pasar a través de toda clase y trazado de campiñas, al fin alcanzó las arenas del desierto. Del mismo modo que había sorteado todos los otros obstáculos, el río trató de atravesar este último, pero se dio cuenta de que sus aguas desaparecían en las arenas tan pronto llegaban a éstas…
Estaba convencido, no obstante, de que su destino era cruzar este desierto, y sin embargo, no había manera. Entonces una recóndita voz, que venía desde el desierto mismo, le susurró: – el Viento cruza el desierto, y así puede hacerlo el río. El río objetó que se estaba estrellando contra las arenas, y solamente conseguía ser absorbido, que el viento podía volar y ésa era la razón por la cual podía cruzar el desierto.
Y el río elevó sus vapores en los acogedores brazos del viento, que gentil y fácilmente lo llevó hacia arriba y a lo lejos, dejándolo caer suavemente tan pronto hubieron alcanzado la cima de una montaña, muchas pero muchas millas más lejos. Y porque había tenido sus dudas, el río pudo recordar y registrar más firmemente en su mente, los detalles de la experiencia. Reflexionó: “Sí, ahora conozco mi verdadera identidad”. El río estaba aprendiendo, pero las arenas susurraron:
Fuente: La Rosa Mística del Jardín del Rey” (recopilado por Sir Fairfax Cartwright) Feliz viernes¡¡¡ Esta historia habla de un sastre, un zar y su oso…
Un día el zar descubrió que uno de los botones de su chaqueta preferida se había caído. El zar era caprichoso, autoritario y cruel (cruel como todos los que enmarañan por demasiado tiempo en el poder), así que, furioso por la ausencia del botón mandó a buscar a su sastre y ordenó que a la mañana siguiente fuera decapitado por el hacha del verdugo. Nadie contradecía al emperador de todas la Rusias, así que la guardia fue hasta la casa del sastre y arrancándolo de entre los brazos de su familia lo llevó a la mazmorra del palacio para esperar allí su muerte. Cuando, cayó el sol un guardia cárcel le llevó al sastre la última cena, el sastre revolvió el plato de comida con la cuchara y mirando al guardia cárcel, dijo: –Pobre del zar.
-¡¡Enséñale a mi oso a hablar!! -Me gustaría complaceros pero la verdad, es que enseñar a hablar a un oso es una ardua tarea y lleva tiempo… y lamentablemente, tiempo es lo que menos tengo… El zar hizo un silencio, y preguntó: ¿Cuánto tiempo llevaría el aprendizaje?
aprendizaje duraría… duraría…no menos de……DOS AÑOS. El zar pensó un momento y luego ordenó:
– No olvides – le dijo el zar apuntándolo con el dedo a la frente – Si en dos años el oso no habla… – Alteza… Cuando todos en la casa del sastre lloraban por la pérdida del padre de familia, el hombre pequeño apareció en la casa en el carruaje del zar, sonriente, eufórico y con regalos para todos. La esposa del sastre no cabía en su asombro. Su marido que pocas horas antes había sido llevado al cadalso volvía ahora, exitoso, acaudalado y exultante… Cuando estuvo a solas el hombre le contó los hechos.
Autor: Jorge Bucay Feliz jueves¡¡¡ Hubo una fiesta que reunió a todos los discípulos de Nasrudin. Durante muchas horas comieron y bebieron, y conversaron sobre el origen de las estrellas. Cuando era ya casi de madrugada, todos se prepararon para volver a sus casas…
Quedaba un apetecible plato de dulces sobre la mesa. Nasrudin obligó a sus discípulos a comérselos. Uno de ellos, no obstante, se negó. “El maestro nos está poniendo a prueba” dijo. “Quiere ver si conseguimos controlar nuestros deseos”. “Estás equivocado”, respondió Nasrudin. “La mejor manera de dominar un deseo es verlo satisfecho. Prefiero que os quedéis con el dulce en el estómago – que es su verdadero lugar – que en el pensamiento, que debe ser usado para cosas más nobles”. Feliz martes¡¡¡ |
AutorÁngeles Prol Archivo
Junio 2017
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