En una colina de Kyoto, la que había sido durante mil años la capital de Japón, hubo un parque que llegó a ser mucho más celebre que todos los demás. Y no porque contuviera una esbelta pagoda o un monasterio budista construido en sólida madera. De hecho, ninguno de los dos mil templos de la ciudad se hallaba allí…
Era un jardín modesto rodeado por arces donde crecían flores sencillas entre los caminos de piedra. Los paseantes y curiosos se acercaban atraídos por la tranquilidad del lugar, pero aún más por el singular jardinero que se afanaba en quitar las malas hierbas y regaba las plantas en las raras semanas sin lluvia. Aquel frágil anciano caminaba muy encorvado, como si no hubiera hecho otra cosa en su vida que agacharse a limpiar y abonar el lecho donde prosperaban sus flores. En los pocos momentos que el parque no tenía visitantes, les hablaba con amor y animaba a los brotes más débiles a que se desperezaran e iniciaran su camino al cielo. Cuando llegaba la gente, se hacía el despistado faenando aquí y allá, hasta que algún niño o un adulto solitario le pedía consejo. El jardinero le regalaba entonces un haiku. David había oído hablar de aquel hombre en el curso de literatura japonesa que estudiaba en California. Fascinado por aquellos breves poemas, trabajó de camarero innumerables fines de semana para pagarse un vuelo al país nipón y conocer al jardinero. De camino a la vieja ciudad imperial, David ya había leído varios tratados sobre el arte del haiku, que podía resumirse en seis características:
Sobre la campana del templo posada, dormida, ¡una mariposa! Tras podar un arbusto de flores amarillas, el jardinero levantó la mirada hacia el joven norteamericano. Le sonrió con familiaridad, como si llevará esperándole toda la mañana. Tras un intercambio de reverencias y saludos, el estudiante le hizo en japonés las preguntas que había preparado: – Maestro, dicen que usted es quien más sabe sobre este arte. Más allá de la métrica, los temas y todo eso, ¿qué es un haiku? El jardinero fijó en el chico sus ojos diminutos y respondió: – Ya lo dijo Matsuo Basho, “haiku es lo que está sucediendo en este lugar y en este momento” – Aquí y ahora… Pero el poeta elige algo especial que esté ocurriendo, como una mariposa que se ha posado sobre una enorme campana, ¿no es así? – ¡No! – protestó el jardinero – Todo lo que ocurre es poesía, no necesitas la mariposa ni la campana. David reflexionó un poco y luego añadió: – Pero hay muchos instantes en los que no sucede nada bello ni remarcable. – ¿Ah, sí? ¿Cuáles son esos instantes? – Momentos en los que estás aburrido, agobiado o demasiado cansado para pensar en nada. – Me estás hablando del observador, no de lo observado. Que tú estés aburrido, agobiado o cansado no significa que el mundo sea así. Sólo tienes que lavarte los ojos con agua cristalina y volverás a ver la poesía en cada cosa. – Entiendo, repuso impresionado. Se trata entonces de limpiar nuestra mirada, de hacer caer los filtros con los que teñimos lo que vemos ¿Es eso? – Hablas como un doctor en budismo. Así nunca aprenderás el secreto de los haikus. – ¿Cómo puede aprenderlo entonces, maestro? – No puedes. La expresión decepcionada del joven conmovió al anciano que añadió con voz dulce: – Voy a darte un haiku de Kito Takai para que lo entiendas: “El ruiseñor unos días no viene otros viene dos veces” Dicho esto, el jardinero tomó tomó al suelo un cubo de metal y se alejó con pequeños pasos en dirección a una fuente. Plantado él también en medio de las flores, el estudiante meditó sobre aquellos tres versos. Tal como le había sucedido con otros haikus, apreciaba su belleza, pero no conseguía captar plenamente su sentido. Mientras los niños correteaban por el jardín y las parejas se tornaban las manos en rincones donde creían no ser vistas, David esperó al regreso del jardinero para darle su interpretación: – A ver si lo entiendo … ¿El día que el ruiseñor viene dos veces es para compensar que otro día no vino? – ¡No has entendido nada! El ruiseñor no tiene ninguna obligación de venir. El joven se quedó mudo hasta que una grieta empezó a abrirse en su comprensión y dijo: – ¿Qué sucede cuando no viene el ruiseñor? – Esa es una buena pregunta. ¿Qué sucede cuando tu crees que no está sucediendo nada? David miró a su alrededor y vio los arces mecidos por el viento, las flores que prosperaban entre los caminos, un gato dormido junto a un estanque, paseantes jóvenes y viejos. Bajo la colina donde se encaramaban el jardín, el bullicio mesurado de Kyoto. – Siempre está sucediendo algo bello, concluyó David, sí somos capaces de apreciarlo. – Ahora lo has dicho, sonrió el jardinero. No hay momento perdido. Feliz miércoles¡¡¡
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Había una vez un hombre que caminaba perdido en el sendero Espiritual. Estando paseando por el monte, solitario, triste y preocupado de cómo podría ver la luz, oyó una voz que le dijo:
-¿Dónde vas buen hombre? Un poco asustado al oír aquella voz, contestó: -Llevo años queriendo ver de una vez la Luz, pero ni la veo ni sé dónde buscarla. Sonriendo, aquella voz le dijo: – Hijo mío la luz no se busca, está siempre delante de ti, lo que pasa es que tienes un bosque de árboles entre tú y ella que no te la deja ver. -¿Quieres decir que los árboles mentales que tengo no me dejan ver la luz? -Así es, por tanto, has de ir talando todos los árboles que están entre tú y la Luz, pues ellos te impiden verla. -¿Y cómo puedo hacer eso? – preguntó el hombre. -Mira, te enseñare como hacerlo, siéntate en la base de ese árbol, mantente en silencio y ve observando los árboles que te rodean y ver talándolos mentalmente todos y cada uno de ellos. Así pues aquel hombre se puso manos a la obra y empezó a ver su primer árbol. Vio el árbol de la impaciencia y lo taló, luego vio el de la intolerancia e incomprensión hacia los demás, siguió cortando el árbol de la vanidad y del ego, cortó también el árbol del rencor y el no perdón a los demás, siguió con el árbol de juzgar y creer ser superior a los demás, y siguió y siguió……. Pasado un rato la voz le dijo: – ¿Cómo vas? El hombre le contestó: – Voy bien, acabo de talar una gran hilera de árboles que no me dejaban ver la luz, pero aun no la veo, hay otra gran fila de árboles, ¿qué árboles son estos?, preguntó el hombre. La voz le contestó: – son los mismos árboles de antes pero ahora son a nivel espiritual, son los árboles de la vanidad espiritual, intolerancia espiritual, el árbol de creerse en posesión de la verdad …. y estos árboles son peores que los anteriores, córtalos muy bien. Así pues, el hombre siguió talando la siguiente hilera de árboles. Taló el árbol de creerse ser un elegido, de creerse maestro, taló el árbol de querer salvar al mundo, taló también el árbol de su religión y siguió y siguió. Pasado un rato la voz le dijo: – ¿cómo vas? – Acabo de talar otra gran hilera de árboles que no me dejan ver la luz, pero aun no la veo, hay otra gran hilera de árboles, ¿qué árboles son estos?, preguntó el hombre. La voz le contestó: – estos árboles son muy importantes de talar, estos árboles te sirvieron en su momento pero ahora has de cortarlos todos, pero es decisión tuya de hacerlo o no, pues no querrás talarlos, pero ya debe ser elección tuya, así que observa bien estos árboles y decide tú que quieres hacer. Así que el hombre observó y taló dichos árboles, taló el árbol de no creer ya en maestros ascendidos, de no creer en Ángeles, el árbol de no creer en seres de luz, en no creer en todo lo que leyó y le ensañaron, y siguió talando y talando, y aunque le costaba mucho talar tantos, pues se estaba quedando sin nada, el siguió adelante…… Pasado un rato le dijo la voz: -¿Cómo vas? Este hombre le contestó: -Voy bien, ya se ve algo de luz, pero estoy viendo dos últimos árboles, uno es enorme y otro normal, ¿qué hago ahora con ellos?. La voz le dijo: – Antes de talarlos mira bien que representan dichos árboles. El hombre se concentró y al ir a cortar el árbol normal, vaciló y rápido fue a consultar a la voz. Exclamó: -¡Ese árbol es mi SER!… ¿Cómo quieres que lo tale?… La voz le contestó: -Si quieres ver la Luz, has de talarlo, pero esa, ya es elección tuya. Así que aquel hombre un poco asustado lo taló y se quedó sin creer en su SER. Pasado un rato la voz le dijo: -¿Cómo vas? -Ya he talado ese árbol- contestó. Y la voz le preguntó -¿y aún sigues vivo? El hombre contesto – sí. – Pues entonces sigue – le dijo la voz. Así pues el hombre se puso a talar el último y enorme árbol que no le dejaba ver la Luz. Pero cuando fue a talarlo se dio cuenta lo que representaba el último árbol y fue corriendo a preguntar otra vez a la voz. Muy asustado aquel hombre le dijo a la voz – ¡Madre mía! ¿Tú sabes qué árbol es ese? ¡Es Mi Dios!… – Así es, le dijo la voz, tálalo también si quieres ver la luz. – Uf, contestó aquél hombre, eso si que me va a costar, pero lo haré. Pasado un rato le dijo la voz: -¿Cómo vas? -Muy bien ya veo la luz, es preciosa y todo amor, es increíble .Muchas gracias de todo corazón por ayudarme a ver la luz – le dijo el hombre entusiasmado. -No corras tanto, le replicó la voz, aún no hemos terminado, esa luz que ves es aún un espejismo, tienes que talar el ultimo árbol para poder ver la verdadera Luz. -¿Cómo? – dijo sorprendido aquel hombre – yo no veo ningún árbol más. – Ese es el problema, nunca veis el último árbol. Ese árbol, en el que estás recargado, eres tu mismo y ves la Luz a través de tu árbol, no de tí, tálate tú y veras la luz. Aquel hombre no podría creer lo que estaba oyendo, pero se puso en marcha y taló su propio árbol. Pasado un rato le dijo la voz: – ¿Cómo vas, ya has visto la Luz? Y aquel hombre con todo amor, paz y felicidad, le dijo a la voz: No solo he visto la luz…YO SOY LA LUZ !!! Autor: Anónimo. Feliz lunes¡¡¡ |
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Junio 2017
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