Un hermoso gato persa y otro de raza vulgar, solían encontrarse en una callejuela. El gato de ordinario pelaje vio que la gente alababa mucho al de Persia y solían acariciarle… Todos los que le veían le llamaban y la daban golosinas. Pero con el otro gato todo sucedía al revés. Nadie se acercaba a acariciarlo, y todos se apartaban de él menos los niños y los perros que lo hostigaban y los demás gatos de la vecindad que siempre se le echaban encima para maltratarlo. Un día el menospreciado felino le preguntó a su compañero cuál era la enorme diferencia entre ellos; por qué todos le trataban tan bien, y en cambio a él tan rematadamente mal. El gato de Persia respondió: – Porque yo sé lo que valgo y me hago valer. El motivo de que recibas tan mal trato es porque todos ven que te crees un gato miserablemente plebeyo. El pobre animal se descorazonó al oír esto, y quiso saber cómo podría remediar su situación. El gato de Persia le respondió: – La cosa es más sencilla de lo que te figuras, si eres perseverante. Repite constantemente esta especie de mantra: “Soy un gato muy hermoso; todos me quieren y me halagan” Así lo hizo el gato plebeyo, y pronto vio que la gente lo trataba de forma muy diferente. Esto lo estimuló a perseverar en el pensamiento de la propia estimación, y a fuerza de repetir que “era un gato muy hermoso”, la gente acabó por reconocerle como tal, aunque no tenía en sus venas ni una gota de sangre persa. La moraleja de esta fábula puede aplicarse personalmente a cada uno de nosotros. El concepto que de nosotros mismos forjemos en la mente influirá con mucha eficacia en nuestra condición para atraer o repeler la buena fortuna, el crecimiento, el bienestar… Lo que nos figuremos ser quedará incorporado a nuestra vida por la fuerza creadora del pensamiento. Pensemos bien, o mejor aún, muy bien de nosotros mismos. Feliz jueves¡¡¡
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Junio 2017
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