Las ideas nuevas pueden resultar amenazadoras y contradecir el orden establecido. Por ello, son muchas las personas que tienen un mecanismo en su mente – un perro ladrador- que las previene en contra de todo lo que es extraño e innovador… A menos que esa idea nueva encaje limpiamente con lo que tienen entre manos, la típica reacción será “no funcionará”, “no lo entiendo”, “¡es una tontería!”, pero no, “¡eh, qué gran ocurrencia!”
Muchas de las grandes innovaciones de la historia fueron recibidas con grandes ladridos. Por ejemplo, cuando el astrónomo Johannes Kepler descubrió y enunció que los planetas describen órbitas elípticas, nadie le tomó en serio. En el siglo XIX, el físico húngaro Ignaz Semmelweiss se ganó el resentimiento de sus colegas cuando les sugirió que podrían reducir la cantidad de infecciones de los pacientes, simplemente lavándose las manos con agua clorada antes de examinarlos: sus compañeros de profesión consideraron sus palabras como una acusación de “llevar la muerte en las manos”. Cuando el compositor Igor Stravinsky presentó por primera vez su ballet La consagración de la primavera, con sus extrañas armonías y ritmos primitivos, tuvo que soportar los insultos de una audiencia amotinada. También nosotros tendemos a ladrar a las ideas de otros, en especial si estas se salen de los esquemas habituales. Está claro que hay un montón de malas ideas que es mejor evitar, pero si nunca abandonamos una actitud crítica, tal vez nos perdamos la oportunidad de explorar cosas que son nuevas o excéntricas pero buenas ideas. Hoy os propongo la siguiente reflexión: ¿A qué tipo de ideas sueles ladrar sin detenerte a pensarlo? ¿Qué aspectos de tu situación actual se verían beneficiados de un cese temporal de tus críticas? (Fuente: Roger Von Oech, “Esperar lo inesperado”) Feliz martes¡¡¡
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Junio 2017
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